viernes, 11 de diciembre de 2009




“Cuando dejas tus zapatos pegaditos a los míos no se bien, no entiendo bien si estoy, construyéndote un futuro o curándome el pasado, pero sé, que este cuento no acabó…”






El origen de tu nombre, seguirá siendo el misterio entre tus antepasados y mis deseos de querer haber vivido un pasado revolucionario,

Ese Julio de tu nacimiento, mes y noche de doce que ha sido la más feliz de todas mis noches, la vida me hizo entrega de un gran tesoro

Hasta donde tus sueños te lleven en la vida, tu inteligencia y humildad, mi amor, estare siempre a tu lado.

Y cuando no esté, porque la vida hace jugarretas y travesuras, en alma estaré cuidando tus pasos, tus miradas, tus acciones.

Cuando camines, no te fijes en solamente en las flores del campo, sino en el bello paisaje del todo,

Nunca eches a tus hombros las pesadas lápidas del pasado, ni te abrumes por lo terrible que puede ser el descifrar tu futuro

No intentes buscar culpables de los actos, solo intenta entender con racionamiento las cosas

Nunca estarás solo, siempre nuestro amor de padres sostendrán, hasta la ultima columna de tu hermosa vida.

Una noche donde la felicidad se volvió nada, ante tu mirada buscadora de amores, ante tus manos llenas de ternura,

Esta noche de tenerte, recuerdo cuando te recostaba en mi brazo derecho para que durmieras, luego sobre mi regazo que con latidos de nuestro corazón te adormecía.

Cuando camines, no pienses, que flojera, vive como si nunca supieras las verdades

Vive buscando, y cuando encuentres, sigue buscando, eso es lo único que mantiene vivas, ilusiones que desde niño descubrí en ti, mi buscador de tesoros,

Cuando sueñes, te pido pienses en mí y en todo el amor que te tengo, sueña en tus batallas con dragones, y pelea hasta con tu tiranosaurio Rex, lugar en donde siempre, tú, serás el vencedor.

De las derrotas se aprende, pero se aprende más de la experiencia de las batallas, se ganen o se pierdan.

Cuando me mires, observa el pasado de mis manos puestas en el umbral de tu futuro.

Siempre adelante mi niño, siempre ante retos, nunca intentes ser aquello que nunca pude ser, soy el menos indicado para pedírtelo, cumple las promesas que hagas, afronta las consecuencias de tus actos, mi emperador de la vida.

Yo estaré siempre aquí, para ser la mirada que contemple tus ojos, la sonrisa que contemple tus felicidades, la mano que tienda la tuya, ese pañuelo que Dios no quiera, seque tus lágrimas.

Camina siempre Emiliano, construyendo futuros, ganado batallas, se un hombre, al fin, un hombre feliz y de bien, que Dios nos ayudará a guiarnos por el camino de tu felicidad.

martes, 8 de diciembre de 2009

Receta

Necesito tus besos
Necesito de ti, tanto de ti, tus ojos que pintan de colores mis noches de insomnio
Necesito la receta precisa para poder hacer que regreses, sin dudas sin preguntas
Sin porques, sin pasados, con todo el corazón en una mano, para que la otra
Hagamos un pacto final,
Y es que no sé todavía como suplicarla, donde obtenerla
Solo sé de esta necesesidad bárbara de tenerte aunque no estés a mi lado.

Rescate

Hoy ya no soy el mismo, ya no miro las atardeceres con tanta nostalgia
No pienso en mis mañanas como posibles retos
Hoy, no estoy aquí, en ninguna parte,
Encerrado por esta terrible soledad, me veo,
Enterrado como siempre en mi, solamente en mi,
Sin nada ni nadie que contemple la posibilidad del rescate.

Salimos

Salimos a la calle desnudos,
Salimos de la casa, arropados
Entramos a una vida, acompañados
Salimos del amor, solos
Vámonos hablando con verdades,
Vámonos diciéndonos las cosas
Las mil notas de canciones no escuchadas
Las mil palabras de amor que no te dije,
No sé si por olvido o estupidez,
En esta noche tan inmensamente nostálgica
Yo, solo, desnudo como pocas veces me podrías ver
Con una inmensas ganas de poder decirte esas mil cosas
Que por estupidez nunca supe decir con palabras estructuralmente correctas.

martes, 20 de octubre de 2009

Miguel Enríquez, el menos muerto de todos

Por un talud abierto en la pared Te está mirando el ojo de tu pueblo Para saber Si eres aquel Que empuñará las armas de miguel.

Sábado 5 de octubre de 1974, la vela del día está a medio consumir, como un niño temeroso corre despacio el viento por Calle santa Fe, allá en la comuna de San Miguel.

Pequeño el piano que descansa sobre una mesa delicada y barretin, como pequeña es la máquina de escribir que va martillando bemoles negros sobre la hoja blanca, procurando no elevar los tonos de las notas que van pulsando el ruido de las teclas. Las palabras se unen y se abrazan en una canción de protesta, de reclamo, de grito callado que espera ir a posarse sobre las bocas que enmudecen de tanto terror. Acordes que pretenden levantar y unir las voces en contra de la

Dictadura gorila golpista y grosera de Pinochet y compañía.

Martes 11 de septiembre, Salvador Allende no acepta planes de retirada, ni huidas por patios traseros, ni fugas por pasajes escondidos. Se queda. Entremedio del fuego envía una sola frase al Secretario General de Mir; ¡Ahora es tu turno Miguel!

Ese mismo 11, se reúnen en la fábrica metalúrgica Indumet, dirigentes socialistas, comunistas y miristas. Hay que hacer, levantar y coordinar la Resistencia armada Insiste Miguel, sabiendo que sobre su hombros descansan las esperanzas, tanto de Allende, como de el pueblo en su conjunto también.

Los del Partido Comunista insisten, en que hay que esperar, los militares no se atreverán a cerrar el Congreso, los medios de comunicación, “desde allí se les debe enfrentar y luchar” exclaman.

Miguel golpea la mesa, insiste y maldice. Hay que luchar, no nos podemos quedar sólo a mirar.

Y por las calles de Santiago, interminables hileras de rostros asombrados, desconcertados, idos, como sonámbulos que no escuchan los aviones, ni las balas rugir, deambulan con preguntas y un nudo el pecho que va ahorcando las gargantas.

Sólo unos pocos se desempolvan de miedo y terror.

La reunión queda a medio terminar. Fuerzas armadas comienzan a cercar la fábrica.
Un temporal de balas se deja caer sobre los presentes.

A punta de balazos los dirigentes rompen el cerco, algunos compañeros y obreros quedan aceitando con su sangre la vieja fábrica que nunca más se levantará.

Ya ha pasado el mediodía de ese abominable 11, ya poco se puede hacer, los hechos están consumados, quemados y despedazados.

Meses antes de la asonada militar, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria vociferaba a los cuatro vientos que las condiciones serían desastrosas si el pueblo no pasaba a la ofensiva. Se fraguaba una intervención sangrienta por parte de la Burguesía. Había que actuar.

El 11, una frágil flor de cristal se rompe en mil pedazos. Las esquirlas se rompían en llanto allá en La Moneda, esquirlas que también herían y cortaban con su trazo a lo largo y ancho de un país.
El barco se hundía en un mar de llamas y ciertas ratas corrían con sus maletas bajo el brazo el mismo día o a los días siguientes.

Mientras tanto, cientos se iban a las embajadas y de allí directo al extranjero. Donde un alto porcentaje, hasta el día de hoy, actuaron y actúan como méritos parásitos de la lucha que otros dieron, de esos que se quedaron. Míralos ahora, empresarios, fanáticos cristianos, renegados, relavados, apóstoles de apostasías, es decir paradigmas y estigmas de traición e inconsecuencia.

Y Miguel es claro y decidido. El mir no se asila. El Mir se queda y combate.
Irse sería como desertar, como abandonar la lucha, dejar botado al pueblo a su suerte.
Miguel pasa a ser clandestino, destino de millones de chilenos.

Parapetado en trincheras invisibles al ojo del halcón trabaja incansablemente. Mientras tanto, él estudia, analiza, lee y relee cientos de recortes de noticias, de informaciones que puedan dar luces a las causas más directas del golpe, de cómo serán las siguientes acciones.
Grandes clásicos le soplan ciertas ayudas y él saca ciertas respuestas que se van haciendo más y más claras.

Uno a uno van cayendo sus amigos, sus amigos compañeros. El Rumor de la muerte anida en cada boca. Las puertas se cierran, las ayudas desaparecen. Las espaldas se multiplican, las bienvenidas ya no existen, se oye insistente el cerrar de puertas.

Los que no caen muertos, se rompen en la tortura y con dedos quebrados apuntan y señalan a los que quedan.

Las caras son todas extrañas, las calles son bocas de lobo donde pernocta la muerte.
Y Miguel insiste en ir a rescatar a sus compañeros. Los Milicos tiemblan escondidos en las ratoneras que le han preparado, no se atreven a mover. Y otras, Miguel se abre camino a balazos y la muerte le guiña un ojo cuando lo ve alejarse.

Y atiende los puntos de esa madeja que poco a poco se va deshaciendo. Cada día son menos. Cada día llora cuando nadie lo ve. Y sé da ánimos y valor. Y vuelve a la calle y vuelve a atender a organizar. Arriesga el pellejo una y otra vez, mientras otros se escondían debajo de las camas o contaban en restaurantes finos, lo duro que fue su estadía allá en ese Chile de Allende.

En el Combate de Quebrada del Yuro, cae herido por un balazo en su pierna izquierda el Che Guevara y es hecho prisionero. Como a la una de la tarde, un 9 de octubre cae asesinado por dos ráfagas militares el Guerrillero heroico.

Es la una de la tarde del sábado 5 de Octubre, la compañera de Miguel vuelve con bolsas de mercadería, y también cansada de buscar algún otro alojamiento.

Miguel le dice a quemarropa que han visto autos sospechosos pasar. Le ordena que tome los bolsos con importantes papeles y documentación.

La policía se detiene frente a la casa. Son ellos exclama Miguel.

Su fusil AK tiembla de miedo y nerviosismo y Miguel le ofrece su hombro sereno, lo calma, lo abraza y este comienza a disparar.

El sonido de las balas calla el vecindario. El sonido también calla a esos que sólo hablaban y no paran hasta el día de hoy de sólo hablar.

Miguel no se rinde. Sigue disparando. Los Policías cierran los ojos y disparan sin parar.
Con la voz hecha un hilo, uno de ellos pide insistentemente refuerzos.
Buses repletos de policías. Comandos, mercenarios y carniceros despostando el ambiente.

En un momento Miguel les grita. ¡Hay una mujer embarazada aquí!
Obviamente, eso es muy poca cosa para ser tomada en cuenta por los valientes soldados.
Cuentan que los que estaban con él huyeron por los techos, dejándolo indefenso. Cuentan que lo creyeron muerto.

Que las granadas que los policías arrojaban habían ya matado a su compañera que yacía herida de muerte sobre el suelo.

El caso es que Miguel cae herido, desmayado y muerto por algunos impactos.
Una bala le entró por uno de sus ojos y le destruyó el cráneo.
La tanqueta aquieta sus correas, el helicóptero se queda estático como una libélula venida del infierno. Los hombres sienten como el sudor frío les baja por el pecho.
Una carta rota que nunca tendrá destinatario. Una estampa que tiñe de sangre el polvo del patio.

Los Uniformados sueltan un respiro de alivio.
Y las convicciones levantan y traen de vuelta a Miguel. Y se levanta y afina puntería y de nuevo comienza a dispar. Y cientos de policías disparan histéricos una y otra vez, una y otra vez contra la casita de Santa Fe.

Y Miguel cae desplomado debido al peso del plomo sobre su cuerpo. No se escuchan más disparos. Lo piensan una y otra vez, una y otra vez. Hasta que un capitán da la orden de entrar. Ya muerto lo vuelven a rematar. Se levantó una vez, no sería bueno que se vuelva a levantar.
Diez balas lo duermen para siempre, es decir, el siempre de ellos. Ese término que no es más que el principio de un jamás.

Y es que la Muerte sólo existen para quienes creen en ella.

Hoy fue el turno de mi Miguel mañana el tuyo, el mío, el de nosotros. Tarde temprano la carroza de la muerte nos llevará.
Seamos nosotros los que conduzcamos esas riendas camarada, conduzcámosla a parajes indómitos, decentes, valientes, honestos, al pastizal que hará arder la historia de los explotadores. Esa historia que no será más que un mal preámbulo, un mal recuerdo para los años hermosos que vendrán.
Vamos Compañero, Vamos…

Y es que a los muertos se les recuerda con alegría, con fuerzas, pujantes o sino no se les recuerda nada carajo.
Que partan ahora los presentes a hacer sus testamentos, esos que quieren ser recordados con sólo llanto y lágrimas penitentes.
A los muertos se les recuerda con alegría carajo.
Y es que no necesitamos a la muerte para venir a inyectarnos vida.
Necesitamos Vida, más vida, mucha vida, para derrotar a la Muerte.
El dolor sólo atrae más dolor.

Los verdaderos analistas insisten en que Miguel cometió infinidad de errores cuando estuvo vivo. A ratos dibujan una caricatura simplona e incendiaria de su persona.
Acertados o no, lo cierto es que a casi 40 años de la caída de la Unidad Popular, la realidad, el ahora, esto que vivimos, esto que palpamos día a día, reafirma más que mil análisis la certeza preclara de quien organizaba la Resistencia personalmente en sus primeros días contra la

Dictadura del capital.
Entonces…
Alégrate por Miguel, murió en combate, tuvo la oportunidad de pelear, no de morir amarrado a una silla. La vida lo premió con laureles.
Tuvo la suerte de no ser devorado por el tiempo y los pactos, y el dinero y los diálogos y los cargos, un guerrero en medio de un gallinero de loros que hablaban mucho y gallinas que sólo han hablado y hablado hasta el día de hoy.
No necesitamos golpearnos el pecho por su partida.
Necesitamos golpear el pecho de los que explotan a nuestra Tierra.
Escucha su Risa, no su llanto. Escucha sus palabras y su canto.
Que se escuche más fuerte que nunca.

¡Pueblo Conciencia y Fusil!¡Pueblo Conciencia y Miguel!

Hasta la Victoria Siempre.

Andrés Bianque

lunes, 3 de agosto de 2009

“BETY, GRACIAS POR ESTAR CONMIGO”: GERTRUDY DUBY


Por Enrique Hidalgo Mellanes
mellanes509@hotmail.com

Doña Beatriz Matilde Mijangos Zenteno, quien actualmente tiene 77 años, es la hija adoptiva de Franz Blom (Premio Chiapas 1954) y Gertrude Duby (Premio Chiapas 1980) fundadores de Na Bolom, un importante centro de convivencia e investigaciones mesoamericanas, en San Cristóbal de Las Casas. A un costado de la cama donde falleciera hace 15 años la señora Duby, se posó doña Beatriz y recordando algunos momentos de la convivencia con ella, evocó algo que le es imborrable a su memoria.

El inicio


En 1950 cuando doña Gertrudy Duby compró la casa, de inmediato decidió que aquí sería su cuarto. Al principio fue en el comedor; habían dos catres, uno en cada lado. Yo llegué en 1951. No había ventanas, nada más puertas. La señora y el señor hicieron las ventanas, y la puerta del otro lado, porque ella odiaba la oscuridad. Había una mesa en medio del cuarto y aquí se ponía a trabajar durante la noche. En las mañanas se levantaba y se iba al jardín dos horas. Desayunaba, se cambiaba de ropa y empezaba a trabajar en sus escritos.


Me relataban, en ocaciones, de cómo llegaron a San Cristóbal, de cómo doña Duby vino huyendo de la guerra y estuvo encarcelada en Italia; ahí leyó sobre los mayas y se interesó mucho en los indígenas de esta región. Huyendo de la guerra vino a México. Estando aquí preguntó cómo podía llegar a la Selva Lacandona. El gobierno la apoyó, organizó el viaje y vino a San Cristóbal. Se hospedó en el Hotel Español, que ahora es el Holliday Inn; consiguió caballos y se fue por primera vez a la selva, estancia que duró cuatro meses.


Cuando ella salía de la selva, sola después de tres años, se encontró con Franz Bloom que iba a entrar. Fue ahí donde lo conoció. Estaba la avioneta en la pista de Ocosingo; Franz tomaba un café en el restaurante. Él le dijo: “¿Tú eres Duby?”;“Sí. ¿Por qué?”, respondió ella. “Yo soy Franz Blom. Voy a entrar a la Selva Lacandona”. Fue ahí en donde se conocieron. El próximo viaje ya lo hicieron juntos como amigos. Después se casaron.


Ellos vivían en la ciudad de México, en un condominio. Después decidieron venir a San Cristóbal. Franz recibió una herencia de su papá y compraron esta casa. Poco a poco la fueron arreglando. Toda la casa estaba en ruinas, a mí me tocó trabajar en el jardín y apoyarlos en la casa.


Doña Gertrudy era vegetariana. A diario hacíamos siete clases de platillos con legumbres. Ella me enseñó a cocinar. Llegue aquí a los doce años. Era muy rebelde y me iba de mi casa. Vine aquí por una coincidencia.


Vine aquí porque mi papá era supervisor de la quinta zona. Él no quería que sus hijos fueran a quedar de tontos. A mí no me gustaba ir a la escuela y siempre me escapaba, le dije a mi papá que yo no quería estudiar. “¿Qué quieres ser? ¿Panadera?” Me pusieron a limpiar moldes. Ya no quise ser panadera. Me fui como costurera y eché a perder un vestido. La costurera me dijo: “Mira en la casa grande hay una señora que es modista. Ella te puede ayudar”. Y vine, toqué la puerta del otro lado.

Me gustaba venir a jugar el timbre. Don Pancho me agarró de la mano. Me dijo “párate”. Él vino y tocó el timbre. Me puse a llorar. Gertrude dijo: “No llores. Para que vas a llorar”. Me dio miedo, hablaba muy fuerte.

Entonces cuando vine por segunda vez, cuando ellos regresaron de un viaje a la Costa de Chiapas, don Pancho dijo “a esta niña la conozco”. Yo tenía el pelo muy cortito. Y me dijo: “Gracias por no volver a jugar el timbre”.

Me pasaron a la casa. Tomamos chocolate y me comí cinco pedazos de pastel. Ahí Gertrude me invitó a vivir con ella. No tenían hijos. Yo le dije “no, yo no quiero ser sirvienta”. Se empezó a reír: “Nosotros queremos adoptar a una niña”. Yo era flaca, un fideíto. “No sé si va a querer mi papá”, dije. “Yo voy a decirle a tu papá” dijo Duby.

A mi tía, la que hacía tortillas para vender, le dije “dicen los gringos que si quiero voy a vivir con ellos. Ellos no tienen hijos”. “Ah, pues vete.” Franz y ella le dijeron a mi papá “no la vamos a tener como sirvienta. Va a ir a la escuela. Va a estar con nosotros”. Y yo les dije “es que la escuela no me gusta”. Mi papá estaba muy enojado. Pasaron un día, quince y aquí me quedé. Los quise a ellos como mis papás.

Gertrudy era una persona muy trabajador, desde que se levantaba a las cuatro de la mañana; se dormía a las nueve de la noche. Sacaba agua del pozo. Tomábamos café y luego a seguir trabajando en el jardín. El ganado de la otra colonia entraba aquí.

Ella me puso una mesita chiquita con cuadernos, libros y me dejaba tarea. “Haz la tarea” me decía, dos veces hablaba. “Es que me gusta la música.” “Nada de caprichos. Primero aprende a leer y escribir, decía. Vino un maestro aquí cada ocho días, así terminé mi sexto grado aquí.

Luego me pusieron un maestro de música. Así empezó mi vida. Ella era muy estricta. Primero trabajaba en el jardín dos horas. Luego en otra cosa y a la una era la comida. Ella hacía la comida. Venía con ella. Me dio una libretita. “Tú no vas a cocinar pero vas a mirar.”

A mí no me gustaba comer verduras. El primer día me dieron verdura. Medio lo comí. Me dieron lo mismo tres días, hasta que lo aprendí a comer. Al terminar de comer ella se iba a dormir la siesta. Después pedía un café. Enseguida después de las seis y media hacía la cena.

La cena era muy sencilla. Luego a bañarse para después dormir. Al otro día lo mismo. Cuando cumplí quince años me regalaron un viaje a la selva. Un viaje con ella era precioso. A caballo en dos días. Había que levantarse a las tres de la mañana, junto a los arrieros. A las cinco de la tarde ya estábamos a mitad del camino. Luego a descansar. Y al otro día, saliendo temprano llegábamos a la selva.

La continuación

Y allá, en la selva se ponía a trabajar. Ponía dos palitos y una tablita y encima su maquina de escribir. En ese tiempo estaban los chicleros. Ya estaba terminando la chiclería. Pero los vi todavía. Era mucha montaña. No la de ahorita.

Ella era muy inquieta. Aquí en donde estamos venía hasta la noche. Trudy tenía allá arriba un lugar que se llamaba la cueva. Era un cuarto en donde estaban sus libros. Ahí trabajaba. Había una camita en donde tomaba su siesta. Tenía un cuadro que le hizo don Pancho, un volcán en medio con fuego y había culebras, alacranes, animales ponzoñosos. Ella lo ponía en la puerta cuando iba a descansar o cuando iba a trabajar. “Estoy out”, decía, para que no la molestaran.

O bien estaba tejiendo calcetines. Sus manos siempre estaban trabajando, no se sentaba. Quien se sentaba a platicar era don Pancho en la biblioteca.

Fumaba mucho. Siempre tenía cigarros. Sus pantalones tenían bolsas, aquí y aquí y aquí para jalar una cajetilla. Siempre tenía un cigarro en su boca. Los dos fumaban Alas Azules, de esos fuertes.

Pero ya le digo. Ella no se sentaba sino hasta la hora de comer. Era muy gritona. Era muy amable pero muy estricta. Su mirada era fuerte. No era una mirada de espanto. No. Tenía unos ojos muy bonitos. Sus ojos se ponían verdes o más amarillitos. Ella decía que tenía ojos de gato, porque a los gatos les cambian los colores de sus ojos.

Sus manos no eran grandes pero sí tenían mucha agilidad. Hacía mucho ejercicio. En la noche en la biblioteca, en la mañana en el jardín o en el baño antes de bañarse. Montaba a caballo todos los días, dos horas, después de su desayuno. Tenía tres caballos. Se llamaban Grano de Oro, Kalancash y Metzaboj.

Un adiós para el retorno

Gertrude murió el 24 de diciembre de 1993. Yo estaba aquí al lado de esta cama en donde ahora estamos platicando. Esta cama es donde ella falleció. El 19 de noviembre enfermó de gravedad. Yo lloré y lloré. No la podía ver. Había cuatro voluntarios muy simpáticos. Nos turnábamos. Entonces llegó Susana y me dijo “Bety, ven”. Casi me sacó del brazo de la cocina. Entonces escuché que me dijeron “Alooo, Bety”, era Gertrudy. La ví sentada. Estaba feliz. Pura risa. “¿Bonito viaje, verdad?”, “Sí, Gertrude”. “Gracias por acompañarme.” Ella me agarró la mano y me besó. “Tengo mucha hambre.” Le pusimos sus zapatos. “No. Primero baño. Ella también necesita un baño.” Ese día se comió seis huevos estrellados y sopa.

Por la noche nos fuimos al jardín. Ella no quiso que la agarrara de su brazo. “¿Están bien tu casa?”, “sí están bien”. Fuimos a mi casa. La saludaron mis hijos. Ella me dijo “Precioso lugar”.Yo estaba con ella. Así estuvo como una semana. Después volvió a caer al sueño.

Antes de volver a dormir, en la capilla estaba Chan Kin viejo y sus dos esposas. Se sentaron con un calentador. Ahí estaba mi hijo que tocaba la guitarra y Jaime Gil, el que hizo la película Un cuarto de oro, tocó el piano. Tocaron la canción Vuela, vuela, mariposa. “Muy bonito detalle. Gracias”, dijo Gertrude.

Luego nos venimos aquí y me dijo “mira, quiero platicar contigo. Pero no ahora, mañana”. Al día siguiente nos sentamos en una banca grande. “Yo ya me voy a un viaje. Esta vez no vas conmigo. Porque tú vas a cuidar la casa. Yo ya me voy. No quiero agua ni medicinas. No vas a llorar. Lloronas no quiero. No te vas a poner negro sino de color alegre.”

Ya aquí escogió su ropa. Pidió que le pintaran el cabello. Yo le pinté las uñas de sus pies. “Una cosa: que no se te olvide poner mis dientes. Porque un muerto sin dientes es horrible. No se te olvide mi reloj.”

Nos acostamos. Me decia “I love you, Bety. I love you, Bety”. Nos abrazábamos. Así se repitió muchas veces. Se durmió. Y al otro día al verme se alegró. Le agarré una mano “¿sientes mi mano?” pregunté. “No”, respondió. “Quédate conmigo”. Con una mano me rascó mi cabeza. “Gracias, niña, por estar conmigo”. Una hora después le pregunté “¿Vas a tomar agua?”. Y nada. Llamamos al doctor. Trudy ya estaba en estado de coma. Murió esa noche. A la una y media.


miércoles, 22 de julio de 2009

Herminia de la Pincoya


Resulta que ella podría ser perfectamente el resumen preciso y certero de la vida de una mujer americana, de las nuestras, muy nuestras, dedicada a combatir, desde las más diversas trincheras, aquello que oprime todas las quimeras.


Intento afinar de manera exacta la cuerda en que reposan los recuerdos, voy trepando lento hacia la década de los ochenta, hasta que le veo allí azuzando con ceño de brazos cruzados el fuego que crispa el agua de un fondo de comida, mientras en silencio de harina, el pan amasado espera somnoliento su estirón de levadura sobre un tosco mesón, que han construido los hombres cesantes de sueños.

Aparecen de rato en rato ciertos vecinos buscando respuestas a las más diversas preguntas. Niños enfermos, ¿Tendrá algún remedio para la fiebre?, Quisiéramos participar en la olla común, ¿Cómo lo hacemos? Necesitamos una mediagua, una casa para poder vivir ¿Sabe dónde o cómo se puede conseguir eso?

Qué dulces eran los damascos esos veranos en aquella mítica esquina de trigales y gardenias, que olor exquisito a tierra recién regada y barrida en tono de alfombra popular para quien llegara a la casa. Qué tibias eran las tardes de invierno amobladas por la respiración tierna de agrupaciones de sueños hermanadas en aquella casa, cuartel general de mujeres generales de insignias y medallas invisibles que colgaban y cuelgan sobre sus pechos que sostuvieron el mundo que se vino abajo, después de aquello de lo septiembre verde.Que olorosa era la canela junto a Iván, que de cañerías fracturadas y enyesadas por Don Fernando, y la hermosa señora Gladys y su jalea de hospital, el seductor eterno de Mauricio dando clases de cómo abordar a las féminas. Tantos seres anónimos que el oleaje del tiempo se lleva tiempo adentro…

Que gran familia popular pululaba en aquella casa, que de niños felices entrando y saliendo por las puertas que siempre estaban abiertas. Detalle que dibujaba de cuerpo entero su esqueleto de vigas vigorosas, de enjambre de vidas divididas entre lo que se dice y entre lo que se hace. Y las chocolatadas, y las tizadas y los juegos, y los parches contra los balines…

Herminia tenía el sabor a abuela en aquellos tiempos, inspiraba ternura a pesar de su carácter serio y decidido. La conocí sencilla de hablar, segura de ideas, la recuerdo humilde, a pesar que ella sabía lo suyo, pero prefería siempre caminar por las barriadas y las poblaciones a habitar en las nubes de intelectuales.Me llamó la atención la manera diestra en que interpretaba las heridas, las de adentro y las de afuera. Pienso en lo difícil que se hace el describir el semblante curtido de una mujer de pueblo que vive para el pueblo y que pareciera, conociera todas sus vertientes y posibilidades. Parida, nacida y curtida en la lucha.

Y su característica voz ronca de tanto grito contra la hiedra que llena la casa y las cuadras, yo pinto callado el borde de un lienzo, mientras observo atento, como decenas de personas le preguntan qué hacer hasta en los más domésticos y fáciles ejercicios cotidianos que realizar.
Por aquellos años, Toño, el indio Toño aparecía con su bandera de sonrisas e historias lindas a alegrar a cada uno de los que allí estábamos, alargaba su cuerpo de Arauco sobre el umbral y sonreía con los ojos ante cualquiera que le mirara. Estaba la Panchita, Mapuche pequeña pero de corazón gigante, como no he visto hasta el momento.

Y aquí debo, debo detenerme en esa mujer de greda, porque me aborda el deber de contar que después de terminar las tardes faenando palos, harina, panes y sales, ella se iba a su otro hogar. Tomaba su carretón de mano, anclado a la orilla de aquella morada. Se daba su pausa líquida en algún garito oculto de aquellos años, algunas veces, y continuaba su viaje hasta su casa, la que quedaba en la misma dirección que la mía.

Muchas veces, comenzaba a murmurar en voz alta palabras incomprensibles, el murmullo se hacía arroyo más claro, hasta que el agua del molino de su boca se transformaba en canción sonora y persistente. Cantaba en Mapuche, coreaba sus nombres y ciertos nombres en Mapudungun…¡Canta Panchita, canta! Le decíamos, le decía, y ella cantaba como un pájaro herido sobre las ramas de una araucaria herida y primera vez en mi vida que escuchaba una canción mortal, terrible, profundamente intensa y hermosa en el límite impuesto por los señores de la noche, cantaba en los ochenta, cuando era quizás, un solo grupo al que le importaba la causa de los peñis. Y ahí parada frente a una barricada artesanal, ella se paraba, cruzaba sus manos en el bajo vientre y como una niña de escuela, le cantaba a sus ancestros. Palos, pañoletas, piedras y otros para nosotros, y ella simplemente suspendida entre el humo y la noche, cantándole a los pájaros, a los niños que éramos nosotros accidentalmente, y un escalofrío colectivo nos erizaba la piel y los lamentos y , carajo, lanzábamos las piedras más lejos que nunca..

Nosotros con miedo de gritar libertad aquellos años, y ella, cantando el lenguaje prohibido de los pehuenes, los montes y los lagos.Muchas veces la escuché y no entendí nada, nada, absolutamente nada, y yo miraba su rostro partido de arrugas tempranas y se me encogía el pecho y las costillas se me rompían como ramas secas y alto y hermoso aleteaba mi corazón ante el llamado de sus tierras.

Herminia de la Pincoya, le susurraba el orgullo de ser Mapuche a la Panchita, en forma constante, le hablaba de corrido del indomable e indómito pueblo aquel, del cual sentirse eternamente orgulloso.

Ay Herminia linda, como has desafiado los años, y por sobre todas las cosas, los daños. Y sólo fue ayer que he visto tu paso lento con el lienzo entre las manos y tu grito pequeño en contra de todo lo malo.Y me entero que sin querer, estuve sentado a la mesa con una leyenda, que desde los 50, que desde los 60, que desde los 70, que desde siempre, la matriz de nuestra clase te regalo como defensora de tus otros hermanos y hermanas para toda la vida.

Y cómo no recordar aquella tarde en que te vi vestida de verde oliva defendiendo la tierra de Sandino en una fotografía, y tu humildad de mujer sabia, y tu silencio y tu mejor hagamos, a estar sentados escribiendo discursos infinitos.

Ahora, el coma entra en la redacción de tu vida, y en vilo, tanto yo, como muchos de aquellos que han tenido el honor de conocerte, sienten el filo del precipicio de la muerte.Si supieran aquellos que tienen un hogar gracias a tus desvelos, si supieran algunos, que de cicatrices les curaste. Si supieran de las marchas que conocen tus pies hermosos, si supieran que adorno has sido las noches de tomas en terrenos hambrientos de dinero.Fuiste adoptando fantasmas sobre la hamaca de tu pelo, fuiste amparando el tiempo de harina colectiva sobre tus sienes.

Mujer entre las mujeres, dirigente honesta dentro de los honestos, combatiente del conjunto de disciplinas que acarrean vida a las calderas humeantes de nuestro pueblo, pudiste haberte ido hace años, pudiste haber vivido plácida en muchos lugares, pudiste haber adquirido un sueldo substancioso y un buen puesto por servicios prestados a la clase. Pero no, ahí andabas, ahí andas de la mano con otros que nada tienen. Enseñándole a los jóvenes ciertas cosas que no aparecen ni en los estatutos de ciertos partidos, ni en los decálogos de filántropos de ateneos.

Herminia Concha, dirigente, abuela de combatientes, mujer, nana de cachorros en ciernes, madre, compañera de noches amargas, siempre ahí, siempre allí. Estas letras no son más que un pálido remedo que no alcanzan la estatura de tu semblante sereno.
Mejórese, véngase con nosotros, la estamos esperando, hacen falta miles como usted.
Andrés Bianque.

martes, 19 de mayo de 2009

Cincuenta años de magisterio: Ceín Gutiérrez Molina


Por: Carlos Gutiérrez Alfonzo


Ceín, hijo de Sabel y de Victoria, nacido en Chiapa, adonde vamos con él cada 20 de enero, parachicos y flores en la fiesta, Ceín, huérfano a los cinco años, solo, en los brazos de la tía Etelvina, ahí, con ella, hermana de su madre.

Ceín, trabajador de la tienda Modelo de Tuxtla, por la que recorrió Chiapas vendiendo telas, cuando aún era un adolescente, cuando iba solo, solo, Ceín, se llama, y recorre Chiapas, y es luego sastre, solo, sin su madre, Ceín, y es fotógrafo en Arriaga, y está en La Libertad, Ceín, los nombres lo persiguen: Victoria y Libertad, con una mano tendida, con una mano, buscando qué comer, Ceín por las calles de Chiapa, Ceín en una luz.Ceín, con pundonor, haciendo su vida, sabiendo que al final, en medio de la oscuridad, está la majestad del sol, Ceín, sabe, va, hijo de Sabel, sabe, y va e iba hacia el abismo y Ceín con su nombramiento.


Ceín, es la oscuridad, sabe, hijo de Sabel y de Victoria, sabe, es la Luz, y de la calle, y del lodo, Ceín. Ceín es mi padre, y lo celebro ahora, en este 2009, cuando cumple cincuenta años de maestro, y estamos con él sus dos hijos, por quienes ha dado su vida,ven él está la vida ser nada más y con él Ana María, su mujer, quien lo cuida, quien está con él, en estos cincuenta años de maestro, así lo ha vivido desde que le dieron su nombramiento, él, maestro, en esta tierra, y con él sus tres nietas y su nieto, la familia de él, en Comalapa, en esta tierra donde ha formado generaciones, y Ceín en una fiesta, una sola fiesta, con parachicos y música, siempre él, una fiesta, una sola fiesta, Ceín, mi padre.


Hoy lo celebro en sus cincuenta años de magisterio, aún en pie, y lo canto y lo celebro a él, a Ceín, padre mío, él.

jueves, 7 de mayo de 2009

Vuelve



En menos de una semana, la vida de otros cambiaron. La mía, incrédula, permanecia esperando la fatídica noticia de que era un simple rumor, ese, el de tu partida.


Y es que hace mucho venias amenazando, nadie lo creía, porque siempre ahí estabas, para todo, excusando mis errores, perdonando mis culpas, soportando que para todo lo malo estes tù.


Pero como no lo ibas a hacer, si casi no charlábamos, si te he olvidado tanto.


Y esque hoy que me tengo que cuidar de lo que como, que ya no debo fumar, que tengo que usar esta madre en la boca, que no puedo saludar de mano ni de beso, que me he pasado desde que te alejaste en casa viendo en 4 días 15 películas, que me veo y me ven como leproso cuando toso, estornudo, y es que es tan dificil pensar en que te has ido.


Espero que pronto vengas, ¡pronto! porque este mundo sin tí, esta perdiendo su sentido, pero como vas a volver si debes de estar de mil demonios cuando te enteraste me imagino que los jóvenes acà en mi país ya pueden portar drogas, la policia ya me puede intervenir y hasta entrar a nuestra casa!!!! que nos seguimos partiendo la madre por cualquier cosa, que no hay que ayudar sino joder solo por el puritito gusto del poder....


Vuelve, vuelve ya!!! antes de las flores se marchiten, que los mares de sequen...


Vuelve, pero vuelve ya, pide los permisos necesarios, no vaya se que el día de tu regreso no exista nada que valga la pena salvar, o no encuentres a nadie que te estè esperando...